LAS BREVES PALABRAS - XXVIII




EL MACHO


La gestación y el nacimiento de un macho humano no difiere en nada de la gestación y el nacimiento de una hembra de la misma especie.  Ambos, en principio, se diferencian exteriormente únicamente por las características genitales que todos conocemos de sobra, pero que sólo son comprobables si los recién nacidos están desnudos. De lo contrario, las diferencias son imperceptibles.

Por supuesto, la empecinada tradición acudirá pronta a poner cada color en su sitio: rosadito para las hembritas, celestito para los machitos. Así, de a poco pero sin pausa, las diferencias se sumarán e impondrán  inexorablemente para que la hembra no se confunda con lo que debe ser un auténtico y rotundo macho. Aunque todavía durante bastante tiempo macho y hembra serán frágiles y dependientes, igualmente llorones e ignorantes de sus forzados roles futuros.

Y entonces, un inevitable día cualquiera, el macho reconocerá sus particularidades que han sido desde siempre estimuladas, impuestas, ponderadas, festejadas y remarcadas por padres, abuelos, tíos, vecinos y casi la sociedad en pleno. Todos dispuestos a construir y halagar al macho. Aunque hay un personaje bastante habitual en la creación del macho: mamá. Ella lo acunará, lo protegerá de las tareas propias del género femenino, lo convencerá de sus privilegios sirviéndole cada capricho, alimentando su virilidad triunfante. Y ella organizará con pasión la amorosa relación edípica a la que él se  acogerá sin reparos.

Así, otro veleidoso macho habrá sido creado para  conquistar el mundo, para mandar, para imponerse, para competir con otros machos, para seducir y proteger hembras condicionadas para ser seducidas y protegidas. Embobadas por su “fuerza arrolladora” que no se detendrá ante nada ni nadie, que él necesitará reafirmar cada vez con más prepotencia, e incluso con violencia cuando sea necesario, para defender sus reconocidos derechos naturales fomentados y valorados por las mayorías a lo largo y ancho de siglos y siglos de cazadores, guerreros, conquistadores, dictadores, ideólogos, fanáticos de diverso pelaje y, en fin, todo tipo de depredadores históricos, antiguos y contemporáneos.

Pero un auténtico macho debe vivir en estado de alerta para demostrar en todo momento, y sin vacilaciones, las aptitudes que lo identifican, aunque esté cansado o sufra de jaqueca o necesite unas urgentes vacaciones en el regazo protector de mamá. El rol es el rol y cualquier descuido puede dar inicio a habladurías, y entonces el desprestigio estará servido. Y nuestro esforzado protagonista tendrá que disimular el estrés o la pereza que en muchas ocasiones le produce ser y aparentar. Porque ser un macho triunfal exige múltiples sacrificios.

Hasta que en un inesperado recodo de la vida, como consecuencia de un exceso de celo o un comportamiento algo alterado o, simplemente, a causa de declaraciones inadecuadas en un momento poco propicio, comience el brusco declive de nuestro personaje.

Comprobar la pérdida de privilegios y popularidad siempre es desagradable, pero todavía es peor sentir que las consolidadas virtudes de antaño se transforman de pronto en repudiables defectos actuales para padres, abuelos, tíos, vecinos y casi la sociedad en pleno. Todos dispuestos a destruir y castigar al macho. Porque, además, ya no se llevan los machos como antes o, al menos, no están bien vistos. Hay que suavizar las formas con urgencia y disimular las intenciones hasta que cambie la tendencia.
¿Cómo superar tamaño desconcierto? ¿Cómo recuperar la autoestima? ¿Qué puede hacer, qué puede ser un macho desvalorizado? ¿Quién se detendrá a pensar en él? ¿Acaso aquellos que lo ponderaban y halagaban antes serán ahora capaces de comprenderlo, de ayudarlo?

Ya se sabe, condenar es muy fácil, sobre todo si todos condenan. Y para nuestro ex macho es muy difícil saber en qué ha fallado. Su formación y su escala de valores se han hecho añicos. Su normalidad es cuestionada, sus hábitos y costumbres también. Los colegas que antes lo admiraban ahora lo esquivan. Las mujeres que lo deseaban no lo reconocen. Incluso puede ser penado con prisión por los mismos comportamientos que antes lo identificaban y eran aceptados y justificados. 

La desolación del macho va camino de transformarse en una severa depresión. ¿Se refugiará en el alcohol o tal vez en las drogas duras? ¿Intentará suicidarse?

Bastaría con que alguien se compadeciese y fuese capaz de explicarle, con mucha paciencia y sólidos argumentos, que nacer macho o hembra es fortuito, pero que lograr ser ante todo persona es imprescindible y significa buscar y hallar la propia identidad interior. Difícil, muy difícil para su rígida y jerárquica mentalidad. Muy difícil, pero fundamental porque cualquier cambio profundo debe comenzar por la base, y la base de todo está siempre en nuestro interior.

Para lograr realmente el cambio, es necesario que nuestro ex macho y la sociedad entera deseen y necesiten ese cambio, de lo contrario bastará que pase un poco de tiempo, cambien las tendencias y vuelvan a revalorizarse los machos. Y a comenzar otra vez.




El personaje que he elegido para destacar hoy, nace en Río Tercero (Córdoba, Argentina) en 1994, es deportista y se llama GUSTAVO FERNÁNDEZ.


Gustavo Fernández


Cuando tenía apenas un año y medio, un infarto de médula le produjo parálisis en sus extremidades inferiores. Desde los seis años comenzó a jugar al tenis para llegar a ser un profesional del tenis adaptado para silla de ruedas, uno de los deportes paralímpicos oficiales. No es difícil imaginar los esfuerzos y los duros entrenamientos necesarios para que Gustavo Fernández y cualquier otro deportista con discapacidad logren sus objetivos. Por supuesto, la voluntad, la constancia y la confianza en sí mismo son siempre cualidades fundamentales para el deporte profesional, pero mucho más en el caso de Fernández.

Lamentablemente, la prensa en general y la deportiva en particular se interesan muy poco en destacar a estos héroes de la superación personal, imprescindibles ejemplos para el cambio que todos necesitamos para crear un mundo mejor.






Las poesías de hoy son de la maestra y escritora modernista argentina ALFONSINA STORNI. Nacida en 1892 en Suiza, de padres argentinos, esta mujer de marcada personalidad y avanzada conciencia feminista decidió suicidarse en el mar, en 1938, a causa de un irreversible cáncer de pecho.


 Alfonsina Storni


Su poesía póstuma “Voy a dormir” inspiró la popular canción de Ariel Ramírez y Félix Luna “Alfonsina y el mar”, que pueden escuchar en la voz de Mercedes Sosa (Argentina, 1935 - 2009), a continuación de la poesía.



VOY A DORMIR


Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste,
todas son buenas, bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…  







TÚ ME QUIERES BLANCA


Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;

habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.



LA CARICIA PERDIDA


Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?



EL DIVINO AMOR


Te ando buscando, amor que nunca llegas,
te ando buscando, amor que te mezquinas,
me aguzo por saber si me adivinas,
me doblo por saber si te me entregas.

Las tempestades mías, andariegas,
se han aquietado sobre un haz de espinas;
sangran mis carnes gotas purpurinas
porque a salvarme, oh niño, te me niegas.

Mira que estoy de pie sobre los leños,
que a veces bastan unos pocos sueños
para encender la llama que me pierde.

Sálvame, amor, y con tus manos puras
trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.



A continuación podemos escuchar “Te ando buscando amor”, versión de la poesía "El divino amor", cantada por Virginia Luque (actriz y cantante argentina; Buenos Aires, 1927 – 2014), con música de Waldo Belloso. 








HOMBRE PEQUEÑITO


Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar.
Yo soy tu canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes
ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.



QUEJA


Señor, mi queja es ésta,
tú me comprenderás;
de amor me estoy muriendo,
pero no puedo amar.

Persigo lo perfecto
en mí y en los demás,
persigo lo perfecto
para poder amar.

Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
de amor me estoy muriendo,
¡pero no puedo amar!
 



DOLOR


Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.



EL CLAMOR


Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.

Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
-Obedezco a la ley que nos gobierna:
he dado el corazón.

Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
-Ved la mala mujer esa que pasa:
ha dado el corazón.

De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara:
ha dado el corazón!

Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡he dado el corazón!



Ahora Virginia Luque canta “Yo di mi corazón”, versión de la poesía "El clamor", con música de Waldo Belloso.







PESO ANCESTRAL


Tú me dijiste: no lloró mi padre;
tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
no han llorado los hombres de mi raza,
eran de acero.

Así diciendo te brotó una lágrima
y me cayó en la boca…más veneno.
Yo no he bebido nunca en otro vaso
así pequeño.

Débil mujer, pobre mujer que entiende,
dolor de siglos conocí al beberlo;
oh, el alma mía soportar no puede
todo su peso.



EL SILENCIO


¿Nunca habéis inquirido
por qué, mundo tras mundo,
por el cielo profundo
van pasando sin ruido?

Ellos, los que transpiran
las cosas absolutas,
por sus azules rutas
siempre callados giran.

Sólo el hombre, pequeño,
cuyo humano latido
en la tierra es un sueño,
¡sólo el hombre hace ruido!

 

VERSOS A LA TRISTEZA DE BUENOS AIRES


Tristes calles derechas, agrisadas e iguales,
por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
me apagaron los tibios sueños primaverales.

Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada
en el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina! —No llames. Ya no respondo a nada.

Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo en días de otoño tu cielo prisionero
no me será sorpresa la lápida pesada.

Que entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado, brumoso, desolante y sombrío,
cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.




¡AGUA!


¡Agua, agua, agua!
Eso voy gritando por calles y plazas.
¡Agua, agua, agua!

No quiero beberla,
no quiero tomarla,
no es la boca mía la que pide agua.

El alma de seca, de seca
se rasga.

Por eso me lanzo por calles y plazas
pidiendo a destajo:
¡Agua, agua, agua!

Abridme las venas,
vertedles la clara corriente de un río.
¡Agua, agua, agua!



Y por último, Virginia Luque canta “Pidiendo agua”, versión de la poesía "Agua", con música de Waldo Belloso.









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