EL MACHO
La gestación y el nacimiento de un macho humano no difiere en nada de la gestación y el nacimiento de una hembra de la misma especie. Ambos, en principio, se diferencian exteriormente únicamente por las características genitales que todos conocemos de sobra, pero que sólo son comprobables si los recién nacidos están desnudos. De lo contrario, las diferencias son imperceptibles.
Por supuesto, la
empecinada tradición acudirá pronta a poner cada color en su sitio: rosadito
para las hembritas, celestito para los machitos. Así, de a poco pero sin pausa,
las diferencias se sumarán e impondrán
inexorablemente para que la hembra no se confunda con lo que debe ser un
auténtico y rotundo macho. Aunque todavía durante bastante tiempo macho y
hembra serán frágiles y dependientes, igualmente llorones e ignorantes de sus
forzados roles futuros.
Y entonces, un inevitable
día cualquiera, el macho reconocerá sus particularidades que han sido desde
siempre estimuladas, impuestas, ponderadas, festejadas y remarcadas por padres,
abuelos, tíos, vecinos y casi la sociedad en pleno. Todos dispuestos a
construir y halagar al macho. Aunque hay un personaje bastante habitual en la creación del macho: mamá. Ella lo
acunará, lo protegerá de las tareas propias del género femenino, lo convencerá
de sus privilegios sirviéndole cada capricho, alimentando su virilidad triunfante.
Y ella organizará con pasión la amorosa relación edípica a la que él se acogerá sin reparos.
Así, otro veleidoso macho
habrá sido creado para conquistar el
mundo, para mandar, para imponerse, para competir con otros machos, para
seducir y proteger hembras condicionadas para ser seducidas y protegidas.
Embobadas por su “fuerza arrolladora” que no se detendrá ante nada ni nadie,
que él necesitará reafirmar cada vez con más prepotencia, e incluso con
violencia cuando sea necesario, para defender sus reconocidos derechos
naturales fomentados y valorados por las mayorías a lo largo y ancho de siglos
y siglos de cazadores, guerreros, conquistadores, dictadores, ideólogos,
fanáticos de diverso pelaje y, en fin, todo tipo de depredadores históricos,
antiguos y contemporáneos.
Pero un auténtico macho
debe vivir en estado de alerta para demostrar en todo momento, y sin
vacilaciones, las aptitudes que lo identifican, aunque esté cansado o sufra de
jaqueca o necesite unas urgentes vacaciones en el regazo protector de mamá. El
rol es el rol y cualquier descuido puede dar inicio a habladurías, y entonces
el desprestigio estará servido. Y nuestro esforzado protagonista tendrá que
disimular el estrés o la pereza que en muchas ocasiones le produce ser y
aparentar. Porque ser un macho triunfal exige múltiples sacrificios.
Hasta que en un inesperado
recodo de la vida, como consecuencia de un exceso de celo o un comportamiento
algo alterado o, simplemente, a causa de declaraciones inadecuadas en un
momento poco propicio, comience el brusco declive de nuestro personaje.
Comprobar la pérdida de
privilegios y popularidad siempre es desagradable, pero todavía es peor sentir
que las consolidadas virtudes de antaño se transforman de pronto en repudiables
defectos actuales para padres, abuelos, tíos, vecinos y casi la sociedad en
pleno. Todos dispuestos a destruir y castigar al macho. Porque, además, ya no
se llevan los machos como antes o, al menos, no están bien vistos. Hay que
suavizar las formas con urgencia y disimular las intenciones hasta que cambie
la tendencia.
¿Cómo superar tamaño
desconcierto? ¿Cómo recuperar la autoestima? ¿Qué puede hacer, qué puede ser un
macho desvalorizado? ¿Quién se detendrá a pensar en él? ¿Acaso aquellos que lo
ponderaban y halagaban antes serán ahora capaces de comprenderlo, de ayudarlo?
Ya se sabe, condenar es
muy fácil, sobre todo si todos condenan. Y para nuestro ex macho es muy difícil
saber en qué ha fallado. Su formación y su escala de valores se han hecho
añicos. Su normalidad es cuestionada, sus hábitos y costumbres también. Los colegas
que antes lo admiraban ahora lo esquivan. Las mujeres que lo deseaban no lo
reconocen. Incluso puede ser penado con prisión por los mismos comportamientos
que antes lo identificaban y eran aceptados y justificados.
La desolación del macho va
camino de transformarse en una severa depresión. ¿Se refugiará en el alcohol o
tal vez en las drogas duras? ¿Intentará suicidarse?
Bastaría con que alguien
se compadeciese y fuese capaz de explicarle, con mucha paciencia y sólidos
argumentos, que nacer macho o hembra es fortuito, pero que lograr ser ante todo
persona es imprescindible y significa buscar y hallar la propia identidad
interior. Difícil, muy difícil para su rígida y jerárquica mentalidad. Muy
difícil, pero fundamental porque cualquier cambio profundo debe comenzar por la
base, y la base de todo está siempre en nuestro interior.
Para lograr realmente el
cambio, es necesario que nuestro ex macho y la sociedad entera deseen y
necesiten ese cambio, de lo contrario bastará que pase un poco de tiempo, cambien
las tendencias y vuelvan a revalorizarse los machos. Y a comenzar otra vez.
El personaje que he elegido para destacar hoy, nace en Río Tercero (Córdoba, Argentina) en 1994, es deportista y se llama GUSTAVO FERNÁNDEZ.
Gustavo Fernández
Cuando tenía apenas un año y medio, un infarto de médula le produjo parálisis en sus extremidades inferiores. Desde los seis años comenzó a jugar al tenis para llegar a ser un profesional del tenis adaptado para silla de ruedas, uno de los deportes paralímpicos oficiales. No es difícil imaginar los esfuerzos y los duros entrenamientos necesarios para que Gustavo Fernández y cualquier otro deportista con discapacidad logren sus objetivos. Por supuesto, la voluntad, la constancia y la confianza en sí mismo son siempre cualidades fundamentales para el deporte profesional, pero mucho más en el caso de Fernández.
Lamentablemente, la prensa
en general y la deportiva en particular se interesan muy poco en destacar a
estos héroes de la superación personal, imprescindibles ejemplos para el cambio
que todos necesitamos para crear un mundo mejor.
Las poesías de hoy son de
la maestra y escritora modernista argentina ALFONSINA STORNI. Nacida en 1892 en
Suiza, de padres argentinos, esta mujer de marcada personalidad y avanzada
conciencia feminista decidió suicidarse en el mar, en 1938, a causa de un
irreversible cáncer de pecho.
Alfonsina Storni
Su poesía póstuma “Voy a
dormir” inspiró la popular canción de Ariel Ramírez y Félix Luna “Alfonsina y
el mar”, que pueden escuchar en la voz de Mercedes Sosa (Argentina, 1935 - 2009), a continuación de la
poesía.
VOY
A DORMIR
Dientes
de flores, cofia de rocío,
manos
de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme
prestas las sábanas terrosas
y
el edredón de musgos escardados.
Voy
a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme
una lámpara a la cabecera,
una
constelación, la que te guste,
todas
son buenas, bájala un poquito.
Déjame
sola: oyes romper los brotes…
te
acuna un pie celeste desde arriba
y
un pájaro te traza unos compases
para
que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si
él llama nuevamente por teléfono
le
dices que no insista, que he salido…
TÚ ME QUIERES BLANCA
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
LA CARICIA PERDIDA
Se me va de los dedos la
caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
EL DIVINO AMOR
Te ando buscando, amor que
nunca llegas,
te ando buscando, amor que te mezquinas,
me aguzo por saber si me adivinas,
me doblo por saber si te me entregas.
Las tempestades mías, andariegas,
se han aquietado sobre un haz de espinas;
sangran mis carnes gotas purpurinas
porque a salvarme, oh niño, te me niegas.
Mira que estoy de pie sobre los leños,
que a veces bastan unos pocos sueños
para encender la llama que me pierde.
Sálvame, amor, y con tus manos puras
trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.
te ando buscando, amor que te mezquinas,
me aguzo por saber si me adivinas,
me doblo por saber si te me entregas.
Las tempestades mías, andariegas,
se han aquietado sobre un haz de espinas;
sangran mis carnes gotas purpurinas
porque a salvarme, oh niño, te me niegas.
Mira que estoy de pie sobre los leños,
que a veces bastan unos pocos sueños
para encender la llama que me pierde.
Sálvame, amor, y con tus manos puras
trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.
A continuación podemos
escuchar “Te ando buscando amor”, versión de la poesía "El divino amor", cantada por Virginia
Luque (actriz y cantante argentina; Buenos Aires, 1927 – 2014), con música de
Waldo Belloso.
HOMBRE PEQUEÑITO
Hombre pequeñito, hombre
pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar.
Yo soy tu canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
suelta a tu canario que quiere volar.
Yo soy tu canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre
pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes
ni me entenderás.
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero
mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
QUEJA
Señor, mi queja es ésta,
tú me comprenderás;
de amor me estoy muriendo,
pero no puedo amar.
Persigo lo perfecto
en mí y en los demás,
persigo lo perfecto
para poder amar.
Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
de amor me estoy muriendo,
¡pero no puedo amar!
tú me comprenderás;
de amor me estoy muriendo,
pero no puedo amar.
Persigo lo perfecto
en mí y en los demás,
persigo lo perfecto
para poder amar.
Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
de amor me estoy muriendo,
¡pero no puedo amar!
DOLOR
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
EL CLAMOR
Alguna vez, andando por la
vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.
Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
-Obedezco a la ley que nos gobierna:
he dado el corazón.
Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
-Ved la mala mujer esa que pasa:
ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara:
ha dado el corazón!
Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡he dado el corazón!
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.
Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
-Obedezco a la ley que nos gobierna:
he dado el corazón.
Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
-Ved la mala mujer esa que pasa:
ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara:
ha dado el corazón!
Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡he dado el corazón!
Ahora Virginia Luque canta “Yo di mi corazón”, versión de la poesía "El clamor", con música de Waldo Belloso.
PESO ANCESTRAL
Tú me dijiste: no lloró mi padre;
tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
no han llorado los hombres de mi raza,
eran de acero.
Así diciendo te brotó una lágrima
y me cayó en la boca…más veneno.
Yo no he bebido nunca en otro vaso
así pequeño.
Débil mujer, pobre mujer que entiende,
dolor de siglos conocí al beberlo;
oh, el alma mía soportar no puede
todo su peso.
EL SILENCIO
¿Nunca habéis inquirido
por qué, mundo tras mundo,
por el cielo profundo
van pasando sin ruido?
Ellos, los que transpiran
las cosas absolutas,
por sus azules rutas
siempre callados giran.
Sólo el hombre, pequeño,
cuyo humano latido
en la tierra es un sueño,
¡sólo el hombre hace ruido!
VERSOS
A LA TRISTEZA DE BUENOS AIRES
Tristes calles derechas,
agrisadas e iguales,
por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
me apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada
en el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina! —No llames. Ya no respondo a nada.
Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo en días de otoño tu cielo prisionero
no me será sorpresa la lápida pesada.
Que entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado, brumoso, desolante y sombrío,
cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
me apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada
en el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina! —No llames. Ya no respondo a nada.
Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo en días de otoño tu cielo prisionero
no me será sorpresa la lápida pesada.
Que entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado, brumoso, desolante y sombrío,
cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
¡AGUA!
¡Agua, agua, agua!
Eso voy gritando por calles y plazas.
¡Agua, agua, agua!
No quiero beberla,
no quiero tomarla,
no es la boca mía la que pide agua.
El alma de seca, de seca
se rasga.
Por eso me lanzo por calles y plazas
pidiendo a destajo:
¡Agua, agua, agua!
Abridme las venas,
vertedles la clara corriente de un río.
¡Agua, agua, agua!
Eso voy gritando por calles y plazas.
¡Agua, agua, agua!
No quiero beberla,
no quiero tomarla,
no es la boca mía la que pide agua.
El alma de seca, de seca
se rasga.
Por eso me lanzo por calles y plazas
pidiendo a destajo:
¡Agua, agua, agua!
Abridme las venas,
vertedles la clara corriente de un río.
¡Agua, agua, agua!
Y por último, Virginia Luque canta
“Pidiendo agua”, versión de la poesía "Agua", con música de Waldo Belloso.
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